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El Ethio-jazz, nacido en la Etiopía del Haile Selassie, se convirtió en un sonido de resistencia

Hoy, más de medio siglo después, lo samplean DJs, lo versionan bandas y lo escuchan estudiantes en sus habitaciones

Durante décadas, el jazz etíope fue una anomalía musical que sonaba demasiado negra para Occidente, y demasiado sofisticada para África. Ahora, es uno de esos secretos bien guardados que explotan en los sitios más insospechados: una tienda de vinilos en Lavapiés, la banda sonora de un anuncio de gafas, un festival de electrónica en el Pirineo. El Ethio-jazz no pide permiso. Suena con una elegancia sucia, como un saxofón que aprendió a rezar en arameo y a fumar en las cunetas de la historia.

Nació en los años 60 de la mano de Mulatu Astatke, un músico formado entre Londres, Nueva York y Addis Abeba. Astatke entendió que el jazz podía mirar hacia África, no para enseñarle nada, sino para recordar de dónde venía. Cogió los ritmos pentatónicos etíopes (esos que suenan a desierto abierto y polvo del tiempo) y los mezcló con armonías de bebop, percusiones latinas y una atmósfera tan densa que casi se puede cortar con cuchillo.

El resultado fue una música cinematográfica, melancólica, bailable sin ser alegre. Algo así como si Miles Davis se hubiera perdido en un ritual sufí. El régimen del Derg, que tomó el poder en los 70, silenció buena parte de esa escena con censura, cárcel o exilio. Pero las grabaciones sobrevivieron. Y como todo lo que está verdaderamente vivo, acabaron volviendo.

En los 2000, el sello francés Buda Musique relanzó la serie Éthiopiques: una colección de discos que recuperaban los vinilos de esa edad dorada. Internet hizo el resto. En Londres, en París, en Berlín, miles de chavales con auriculares baratos descubrieron a Mahmoud Ahmed, Tilahun Gessesse o Hailu Mergia, sin tener ni idea de lo que cantaban. Daba igual: sonaban a algo que te atraviesa.

Hoy, el Ethio-jazz no es solo una pieza de museo. Se ha colado en los sets de DJs como Floating Points o Quantic, aparece sampleado en discos de hip hop, y es una influencia confesa de bandas como The Heliocentrics o Karl Hector & The Malcouns. En España, grupos como Eskorzo o proyectos de jazz contemporáneo se han dejado salpicar por ese groove místico, sin necesidad de pasar por Berklee.

No hace falta saber teoría musical, ni ser vinilista, ni leer la biografía de Haile Selassie para disfrutar esto. Solo abrir los oídos, y dejarse llevar por una música que no busca gustarte: busca poseerte.

Recomendaciones esenciales para adentrarte en el Ethio-jazz

Para empezar suave:

  • Mulatu Astatke – “Yekermo Sew”

  • Hailu Mergia – “Tezeta”

  • Mahmoud Ahmed – “Ere Mela Mela”

Para los que van más allá del vinilo vintage:

  • The Heliocentrics & Mulatu Astatke – “Cha Cha”

  • Karl Hector & The Malcouns – “Coomassi”

  • Akalé Wubé – “Jawa Jawa”

Para DJs, beatmakers y nerds del sampler:

  • Quantic – “Absence Heard, Presence Felt”

  • Onra – “The Anthem” (samplea a Mahmoud Ahmed)

  • Stro Elliot – “Soul II Stro” (inspirado en grooves africanos y jazz funk)

El jazz etíope es un idioma sin traducción. Pero como toda música de verdad, no necesita palabras para hacerte entender algo muy profundo: que la historia puede bailar, que el dolor tiene swing, y que África no es pasado, es el ritmo del futuro.