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¿Qué hace falta para vivir de la música en España?

By Actualidad

Spoiler: mucho más que talento

Precariedad, pluriempleo y resistencia: así es ganarse la vida en una industria que no paga como suena

Vivir de la música en España es, en 2025, un ejercicio de funambulismo sin red. Para muchos artistas, el escenario es la parte más visible de un iceberg que debajo esconde horas de autoedición, burocracia, ensayos sin cobrar, redes sociales gestionadas con sudor y conciertos mal pagados en garitos con más cables que público. Porque, aunque la música se escuche más que nunca, sigue siendo difícil que eso se traduzca en ingresos reales.

La industria musical española genera titulares por macrofestivales agotados y giras multitudinarias, pero su base está sostenida por artistas que a menudo malviven entre bolos mal pagados, falta de contratos estables y una infraestructura que apenas ha cambiado desde hace décadas. El glamour es la excepción; la lucha diaria, la norma.

El mapa real de los ingresos musicales

En España, según datos de la Unión Fonográfica Independiente (UFI) y SGAE, solo un pequeño porcentaje de músicos vive exclusivamente de su arte. Las principales fuentes de ingresos suelen ser una combinación entre:

  • Directos: conciertos y festivales, aunque la inflación ha reducido márgenes incluso en giras grandes.

  • Derechos de autor: ingresos irregulares y a menudo mal distribuidos.

  • Merchandising: camisetas, vinilos, fanzines, a veces tan importantes como el propio ticket de entrada.

  • Subvenciones, becas o residencias: cada vez más relevantes, especialmente en el ámbito experimental o alternativo.

  • Docencia: muchos artistas combinan su carrera con clases particulares o en conservatorios.

Lo más habitual es el pluriempleo: músicos que son también técnicos, programadores, camareros, community managers o docentes. Todo a la vez. Porque cantar no basta, componer no paga el alquiler, y tener 10.000 oyentes mensuales en Spotify no garantiza ni 50 euros al mes.

El falso mito del artista indie-empresario

Se ha romantizado mucho la figura del músico autogestionado, ese que graba, produce, sube, promociona y vende su obra con total independencia. Pero en la práctica, ese modelo exige competencias transversales (en marketing, diseño, logística, contabilidad…) que no todo artista tiene ni debería tener por obligación. La música no debería ser un MBA.

Algunos proyectos logran profesionalizarse gracias al trabajo de cooperativas, sellos pequeños o estructuras autogestionadas como Montgrí, Gran Sol o Humo Internacional. Pero incluso en esos casos, los márgenes son ajustados y el ritmo de producción insostenible. Porque vivir de la música, hoy, implica mucho más que talento: requiere tiempo, red de apoyo, estabilidad mental y, sobre todo, suerte.

¿Qué están haciendo las instituciones?

Existen programas públicos como Girando por Salas (GPS), Injuve, las ayudas del INAEM o el impulso de circuitos como AIEnruta. Pero su alcance es limitado y muchas veces no se adapta a la realidad de la música emergente. Los procesos son farragosos, la burocracia lenta y los criterios de selección, opacos.

Además, las grandes plataformas siguen sin remunerar de forma justa. Mientras Spotify, YouTube o Apple Music concentran millones de reproducciones, los pagos por stream son irrisorios: fracciones de céntimo por canción. Así, lo que se presenta como democratización del acceso, termina siendo una trampa que beneficia más a las tecnológicas que a los artistas.

La música como resistencia

A pesar de todo, hay miles de personas en España que hacen música como forma de vida. No solo para vivir de ella, sino para vivir con ella. Proyectos que sobreviven gracias a una comunidad fiel, a un compromiso colectivo, a una ética que no distingue entre escenario y trinchera.

La música independiente española no es pobre por falta de calidad, sino porque el sistema económico que la rodea no está hecho para la cultura. Por eso, vivir de la música en España no debería ser una heroicidad. Pero en 2025, todavía lo es.