
Artistas que están rompiendo géneros —musicales y de identidad— en el panorama nacional
No es solo una cuestión de orientación o identidad: la nueva generación de artistas queer en España está redefiniendo lo que significa hacer música desde los márgenes. Autogestión, libertad estética, ruptura de etiquetas y una sensibilidad artística que bebe tanto del pop como de la electrónica experimental, el reggaetón, el punk o la canción de autor. ¿Quiénes son? ¿Qué dicen sus letras? ¿Y por qué están revolucionando la escena desde abajo?
Una escena sin etiquetas, pero con mucho que decir
En un país donde durante décadas la música mainstream ignoró o estereotipó las voces LGTBIQ+, algo ha cambiado profundamente. Ya no se trata de “representación” puntual en canciones o videoclips. Se trata de identidades queer que producen, componen, interpretan y se posicionan desde el centro del discurso, con narrativas propias y sin pedir permiso.
Desde el underground electrónico hasta los escenarios de festivales medianos, esta ola queer no solo canta sobre el amor disidente, también rompe con la estética sonora tradicional. No busca imitar los códigos heteronormativos del pop comercial, sino crear los suyos.
Quiénes están marcando el ritmo
Putochinomaricón
Es quizás el ejemplo más paradigmático. Proyecto de Chenta Tsai, artista no binarie que mezcla electropop, glitch, hyperpop y crítica social con una ironía feroz. Letras que interpelan al racismo, la plumofobia, la precariedad y el mundo digital con el descaro que sólo da la lucidez.
La Dani
Desde Málaga, La Dani ha sabido mezclar reggaetón con sensibilidad queer y pop elegante. Con flow propio, sin imposturas, y con un discurso cargado de cuerpo, deseo y autenticidad. Su álbum Posguerra (2023) es una joya íntima del pop urbano.
Rebe
La gran deconstrucción del pop romántico. Su voz aniñada, sus letras de desamor surrealista y su estética low-fi la han convertido en icono queer sin que el mainstream sepa muy bien cómo etiquetarla. Y ahí está su fuerza.
Alba Morena
Cantante catalana que fusiona electrónica, flamenco y lirismo queer con una estética sofisticada y transgresora. Es poesía vestida de sintetizadores. Pura emoción queer en tiempos de algoritmos.
Valdivia
Desde la escena madrileña, mezcla folk, dream pop y electrónica experimental con letras abiertamente sáficas. Introspección, belleza y resistencia en un mismo cuerpo sonoro.
Una estética y una política
Más allá de las canciones, la escena queer en España está redefiniendo cómo se produce, se comunica y se consume música. Lo hace desde la autogestión, fuera de los grandes sellos, en colectivos como Maricas, Chica Gang, Vibra Mahou Rising, o espacios como La Casa Encendida o Razzmatazz. No se trata solo de visibilidad: es una ocupación consciente de un espacio que históricamente les fue negado.
Los videoclips, las portadas, las puestas en escena, las redes sociales… todo responde a una estética queer que reivindica lo híbrido, lo fluido, lo camp, lo no normativo. Lo hacen con presupuesto limitado, pero con un imaginario que ya quisieran muchos departamentos de marketing de discográficas.
¿Y el público?
Cada vez más joven, más informado, más permeable. El público que consume esta nueva música no busca solo hits, busca identidad, discurso, diferencia. TikTok, Bandcamp, YouTube y Spotify les permiten acceder a estos artistas sin pasar por los filtros tradicionales. Y eso es una revolución silenciosa.
Además, los festivales más abiertos —como el Sónar, el CanelaParty o el Primavera Sound— ya han empezado a incluir a varios de estos nombres en sus carteles. Una señal de que algo se está moviendo.
La escena queer en la música española no es una moda ni una burbuja. Es un nuevo lenguaje sonoro y visual que está cambiando las reglas del juego desde dentro. Ya no piden sitio: lo están construyendo. Y lo hacen sin miedo, con deseo, con política y con música que trasciende cualquier etiqueta.
Lo queer ya no es solo lo alternativo. Es, posiblemente, el futuro más emocionante de la música en España.