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¿Por qué los vinilos se agotan y nadie escucha los CDs?

By Actualidad, Últimas noticias

El fetichismo musical en 2025 tiene forma de círculo negro

La nostalgia se ha vuelto objeto de culto, pero no todos los formatos han corrido la misma suerte

Hubo un tiempo —no tan lejano— en que el CD era el rey. Las torres de discos en los salones, el ruido al abrir la caja, el libreto lleno de letras y fotos, el orden alfabético en la estantería. Pero en algún momento de los últimos veinte años, ese reinado se desmoronó. Lo que parecía insustituible se volvió prescindible. Y en 2025, el contraste es rotundo: los vinilos se agotan en tiendas y ferias, mientras los CDs siguen acumulando polvo en cajones olvidados o en el fondo del catálogo de Amazon.

¿Qué ha pasado? ¿Por qué uno vuelve con fuerza mientras el otro languidece en el limbo?

La respuesta no es (solo) técnica. Tiene más que ver con el símbolo que con el sonido. El vinilo ha logrado reinventarse como objeto de deseo. Un fetiche tangible en una era líquida. Mientras el CD, atrapado entre lo analógico y lo digital, parece no tener ni la calidez del primero ni la inmediatez del segundo.

El vinilo como artefacto emocional

En las tiendas especializadas de España —de Marilians en Madrid a Discos Revólver en Barcelona, de Bcore a Harmony o Wah Wah— el vinilo no solo se vende: se venera. Nuevas ediciones, reediciones, versiones limitadas, portadas que son cuadros, prensados de colores imposibles… Cada disco se convierte en una pieza única, en una pequeña obra de arte.

El vinilo no se escucha: se contempla. Es un acto ritual. El giro del plato, la aguja bajando, el leve crujido antes de que suene la música. Frente a la rapidez del streaming, el vinilo propone pausa. Frente a la playlist interminable, un orden definido. Frente al zapping sonoro, una escucha completa. Eso, en tiempos de ansiedad e inmediatez, tiene un valor incalculable.

¿Y el CD? Ni nostalgia ni innovación

El compact disc, sin embargo, no ha sabido encontrar su lugar. No ofrece el romanticismo del vinilo ni la comodidad del MP3. Su formato físico se percibe como frío. Su diseño, como impersonal. Y su sonido, aunque objetivamente más limpio, carece de esa imperfección que el vinilo ha convertido en virtud.

Lo que en los 90 fue un símbolo de estatus hoy se percibe como un objeto anacrónico. Ni los coleccionistas lo demandan masivamente ni las nuevas generaciones lo han adoptado como fetiche. Solo algunas reediciones específicas —cofres de artistas de culto, joyas del indie noventero, rarezas de la electrónica— mantienen viva una llama muy tenue.

La industria también toma partido

Las discográficas han tomado buena nota de esta tendencia. En 2025, es habitual que un álbum español se edite en vinilo incluso antes que en CD. El formato se ha convertido en una herramienta de marketing, un gancho visual y una forma de aumentar el valor percibido del producto. Algunos artistas, como Rosalía, Zahara o Niño de Elche, miman especialmente sus ediciones en vinilo, conscientes de que para muchos fans, el objeto físico es casi tan importante como la música que contiene.

Incluso sellos pequeños, como Snap! Clap! Club, Montgrí o Discos Walden, han apostado por ediciones de vinilo y cassettes antes que por el CD, sabiendo que hay un público dispuesto a pagar más por una experiencia sensorial completa.

El soporte como símbolo

En el fondo, la disputa no es solo entre formatos, sino entre formas de relacionarse con la música. El vinilo encarna la escucha activa, el aprecio por el objeto, el arte como totalidad. El CD, atrapado entre la nostalgia insuficiente y la estética desfasada, no ha logrado recuperar su dignidad simbólica.

La paradoja es que, técnicamente, ambos formatos ofrecen una experiencia superior al streaming. Pero solo uno ha sido capaz de reconectarnos emocionalmente con la música. Y ese no es el que se guarda en una caja de plástico con bisagras.