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El trap español que dominó la escena musical entre 2016 y 2020 ha mutado. Donde antes había bases duras, estética nihilista y autotune extremo, ahora hay melodías suaves, letras introspectivas y un retorno al pop en su versión más emocional. ¿Estamos ante el fin de una era o ante una evolución natural del género urbano?

El trap que lo cambió todo

Hace menos de una década, artistas como Yung Beef, Cecilio G, Dellafuente o La Zowi empujaban al trap desde los márgenes hasta el centro del mapa musical español. Sonaban sucios, crudos, desafiantes. Rompían con las estructuras del pop y del rap tradicional, hablaban de drogas, barrio, sexo y ansiedad con una crudeza que dividía pero fascinaba. Eran, en definitiva, la vanguardia sonora de una generación desengañada.

Pero como todo movimiento rupturista, el trap también tuvo fecha de caducidad. Saturado de clones, convertido en cliché, el género empezó a perder capacidad de sorpresa.

La reconversión melódica de la nueva ola

En 2025, lo que llamamos “urbano” en España es otra cosa. Recycled J ha pasado de las barras afiladas al romanticismo pop de Casanova; Natalia Lacunza mezcla electrónica y cantautorismo con una sensibilidad indie; Cruz Cafuné se desmarca del patrón comercial con discos introspectivos de larga duración; y hasta Quevedo, símbolo de la radiofórmula, introduce arreglos melódicos que lo alejan del trap ortodoxo.

Este viraje hacia el pop no significa superficialidad, sino una expansión de registros. El beat cede espacio a los acordes, el autotune se convierte en herramienta expresiva y las letras ya no gritan: susurran.

El trap como semilla, no como fin

Muchos de estos artistas provienen directamente del circuito trap, pero han aprendido a crecer sin traicionar su raíz. El ejemplo más claro puede ser Sticky M.A., cuya carrera ha sabido surfear las olas del sonido sin perder identidad. O Israel B, que alterna temas oscuros con colaboraciones luminosas. Incluso una figura como Sen Senra, venido del indie, se ha integrado en el circuito urbano con un enfoque más emocional que callejero.

El resultado es un panorama más híbrido, más abierto y, probablemente, más duradero.

Las plataformas también dictan las reglas

Spotify, TikTok, YouTube… Hoy, el éxito no se mide tanto por el disco como por la canción. Y eso también ha moldeado el sonido urbano. Las canciones ahora nacen para viralizarse, con estribillos tarareables y estructuras sencillas. El beat minimalista deja paso a producciones más envolventes, con sensibilidad pop pero estética urbana.

Además, el consumidor promedio ya no se identifica con la estética “pura” del trap. Busca emociones, identidad, autenticidad. Y eso obliga a los artistas a reinventarse si quieren seguir conectando.

¿Y el futuro?

Lo urbano no va a desaparecer. Lo que está ocurriendo es un desbordamiento del género, una disolución de sus fronteras. El pop, el reggaetón, el R&B y el trap se funden en un nuevo espacio sonoro que ya no necesita etiquetas rígidas.

¿Estamos ante el fin del trap? No exactamente. Más bien, estamos viendo cómo su legado sigue vivo, pero bajo otras formas. Como el punk, como el grunge, el trap fue una explosión. Hoy, sus escombros siguen generando arte.

El trap como lo conocimos quizá esté en retirada, pero su espíritu vive en la nueva música urbana española. Esa que ya no necesita gritar para impactar, que mezcla sensibilidad pop con códigos callejeros, que canta al amor sin perder calle.

Una nueva generación ha tomado el relevo, y aunque sus formas sean más suaves, su mensaje sigue siendo igual de necesario.